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40 años de Queen
-Magazine | 14/10/201
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Por Esteban Linés (Barcelona)
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Queen se ha convertido con el paso del tiempo en una leyenda de la historia de la música, es decir, en una de esas categorías que sirven para muchas cosas, pero no todas buenas. Porque lo de legendario no significa obligatoriamente calidad, y sí habitualmente méritos extramusicales. De Queen también se ha dicho y escrito que era una banda que poseía uno de los directos más personales e impactantes de la historia de la música popular, lo que de nuevo puede referirse a atributos que casan tanto con categorías escénicas y teatrales como con musicales. Es cuando el punto de mira se afina y se centra en la figura del cantante y compositor del grupo británico, Freddie Mercury, cuando las lisonjas adquieren una dimensión más poliédrica, intensa… y musical. Con Mercury, en efecto, el aficionado, el ciudadano anónimo o el entregado fanático se topa con un músico y un intérprete de incontestables méritos propios, poseedor de una fuerza escénica y una voz francamente colosales.
No hay duda, de todos modos, de que las historias y los caminos del grupo y el líder son casi indisociables, y ello hace que ocasiones como los aniversarios, la edición de discos recopilatorios, las biografías librescas o los panegíricos de toda índole tenga como referencia indistinta a Mercury o a Queen. Así ocurre, sin ir más lejos, este año 2011 en el que se conmemoran tres hechos bien distintos entre sí. En primer lugar, el 65.º aniversario del nacimiento de Frederick Bulsara, nombre real de Freddie Mercury, en Zanzíbar (8 de septiembre). En segundo lugar, el 40.º aniversario de la constitución de Queen, banda formada por el propio Mercury amén del guitarrista Brian May, el batería Roger Taylor y el bajista John Deacon. Y en último lugar, el 20.º aniversario del fallecimiento del propio Freddie Mercury (24 de noviembre) en Londres.
La eclosión, la formación, el embrión del cuarteto fue producto de su tiempo. A finales del decenio de 1960 existía un grupo de rock británico que respondía por Smile (sonrisa), entre cuyos miembros se encontraban los mencionados May y Taylor. En 1971, había un cantante apellidado Bulsara que era muy fan de ese grupo. Finalmente acabó integrándose en él, cambiando su nombre por el de Freddie Mercury y variando el de la banda al de Queen. ¿Por qué Queen? Un nombre enraizadamente británico, sin duda, pero también con evidentes connotaciones gais, que sus compañeros de proyecto acogieron entonces con muchas, muchas, reservas. Dijo el propio Mercury en su día que “evidentemente era consciente de las connotaciones gais, pero ese era sólo un aspecto posible”.
Luego reclutaron a un bajista llamado John Deacon y en 1973 debutaron discográficamente con el primero de una serie de álbumes increíblemente exitosos. Con ese disco, titulado como el nombre del grupo, Queen fue poco a poco conceptualizada como una especie de “banda diferente” porque “traía una bocanada de aire fresco, nuevo, al mundo del rock”. Las opiniones de la revista musical Melody Maker, pero que representaban la opinión unánime de la prensa especializada, incidían de modo especial en que “el grupo inglés es sobre todo conocido por el extravagante cantante solista, Freddie Mercury, cuyo dramático estilo vocal y sus payasadas sobre el escenario constituyen el grueso de la personalidad y la reputación de la banda, voluntaria o involuntariamente”.
Al grupo le costó un tiempo superar una imagen preconcebida, un apriorismo inamovible, que mediatizaba e infravaloraba sus notables méritos musicales y su indudable talento para la composición; una vez rotos esos automatismos valorativos, apareció y se entendió en toda su extensión el estupendo, variado e imaginativo cancionero que les avalaba: pocas bandas y solistas de la época habían reunido una artillería que incluía desde un sorprendente experimento operístico como Bohemian Rhapsody a canciones para todos los gustos y estados de ánimo como Somebody to Love, Fat Bottom Girls, We Will Rock You/We Are the Champions, Crazy Little Thing Called Love o ese popularísimo himno para los estadios de fútbol titulado Another One Bites the Dust.
El grupo emergió en una de las épocas más fructíferas de la música popular británica moderna. En el arranque del decenio de los setenta, el pop y el rock aún se encontraban con unas constantes vitales y artísticas estupendas, y la new wave y el punk aún tardarían unos años en asomar las orejas y, más tarde, convertirse en las estilísticas preferidas de las jóvenes generaciones. Pero en el momento de la formación del cuarteto, los vientos aún soplaban siguiendo las coordenadas de siempre, la industria discográfica aún era un mastodonte pesado y los recién llegados tenían que abrirse paso demostrando oficio y méritos propios. Así que a partir de aquel fundacional 1971 el grupo se dedicó a tocar y a girar por infinidad de clubs y colegios de la zona londinense durante casi un par de años, antes de comenzar a ponerse a grabar su primer disco de estudio. Lo acabaron a finales de 1972, pero lo único que habían encontrado era una escuálida oferta de una discográfica. Cuando, llegado el verano del año siguiente, vieron que el panorama seguía siendo el mismo, Mercury, May y compañía decidieron editarse ellos mismos su primer vinilo. Queen, el disco, encerraba dentro de sus estrías una atractiva mezcolanza de rock duro y heavy metal, y se desenvolvió con prestancia razonable en los hit parades de Gran Bretaña (el puesto 24) y Estados Unidos (el 84: según los entendidos, nada mal para una primera obra de “esos británicos desconocidos”). Fue entonces cuando la hasta entonces infructuosa búsqueda de casa discográfica con cara y ojos se desempató, y en un lapso de tiempo récord firmarían con la todopoderosa EMI –el sello de los Hollies, de los Beach Boys, de Frank Sinatra, pero sobre todo de Pink Floyd y de los Beatles–.
Las cosas empezaron a acelerarse para todos, y sólo ocho meses más tarde de la publicación del primer plástico, apareció en el mercado Queen II, un sorprendente y sólido álbum conceptual de rock de tintes progresivos: la anterior prestancia en las listas de éxitos se tornó en optimismo más que justificado en Gran Bretaña (el 5) y Estados Unidos (el 49). La canción Seven Seas of Rhye se encaramó a los puestos más altos de la lista de singles más populares.
El salto definitivo al estrellato planetario sobrevino cuando la banda se lanzó a la conquista del mercado y del aficionado norteamericano. Cuando a finales de 1974 publicaron el aclamado Sheer Heart Attack, un álbum que se vendió como rosquillas y que contenía una burbujeante ristra de canciones, como Killer Queen. Con ese material, la banda decidió cruzar el Atlántico, y una vez allí protagonizaron una gira de enorme enganche popular, pero de críticas para todos los gustos. Por ejemplo, en el respetado The New York Times se les describió como un cuarteto británico que practicaba una música “escasamente superoriginal”, aunque evidentemente “había tocado una fibra que iba a permitir a Queen reinar bastante felizmente en este área”.
Como a veces las evidencias son tozudas, un año después la formación alcanzó lo más alto del hit parade de álbumes de Estados Unidos con el memorable A Night at the Opera, una de las obras cumbre de Queen, que incluía la entretenida I’m in Love with my Car, la pizpireta You’re my Best Friend, así como dos piezas escritas por el a menudo infravalorado Brian May como ‘39 y The Prophet’s Song, y un auténtico bombazo como Bohemian Rhapsody, que era un hasta entonces insólito “cruce de la introspección y el halo operístico de Gilbert & Sullivan”, en opinión de un crítico de la revista no menos sesuda Time.
En términos cuantitativos pero también de evolución musical, todo lo que vendría después sería una ascensión imparable hasta lo más alto. Las siguientes obras discográficas firmadas por el grupo inglés –Sheer Heart Attack (1974), A Night at the Opera (1975), A Day at the Races (1976), News of the World (1977), Jazz (1978) y The Game (1980)– constituirían el núcleo, la columna vertebral, de lo mejor y más exitoso de su patrimonio discográfico. Ninguna de estas referencias bajaría del 6.º lugar de los charts estadounidenses y todas entraron en el Top 5 de Gran Bretaña (de ellas, tres se colocaron en la cima). En una fecha como 1995, con Freddie Mercury fallecido cuatro años antes, Queen contaba en su historial con siete álbumes que habían sido números uno, entre ellos dos compilaciones diferentes de Greatest Hits editadas por dos empresas discográficas distintas. En fin, los amantes del grupo y de las estadísticas ya conocen lo que asegura el libro Guinness de los récords, es decir, que los álbumes del grupo han permanecido en las listas de éxitos del Reino Unido más tiempo (26 años y siguen contando...) que ningún otro grupo o solista, y que uno de sus Greatest Hits es el álbum que más ha vendido en la historia de Gran Bretaña, con más de 600.000 copias de diferencia sobre el segundo clasificado, que no es otro que el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles.
Todas las narraciones tiene una conclusión. En este caso, es tan obvia como necesaria, porque la dimensión del hecho musical y del fenómeno social que representó Queen no se entendería, en absoluto, sin tener en cuenta el, llamémosle, factor Freddie. Sin olvidar lo más evidente e inconfundible del líder del grupo, es decir, su poderosa voz (alcanzaba las cuatro octavas, extremo muy poco habitual en el terreno del pop-rock), Freddie Mercury era un compositor de melodías y escritor de letras de primera magnitud, así como un consumado, excepcional, showman sobre el escenario. De su pluma y su cerebro, o de donde fuera, surgieron algunas de las piezas más celebradas de la banda, como Bohemian Rhapsody, Killer Queen o We Are the Champions (de los 17 cortes incluidos en ese Greatest Hits, una decena llevan su rúbrica), y todo ello con un empleo brillante de las rítmicas más variadas, como rockabilly, rock progresivo, heavy metal, gospel, disco y, claro está, pop. Su muerte –joven todavía, pero en circunstancias mediáticamente escabrosas– dejó intacta su indiscutible persona musical, rica y trabajada con brillantez. A partir de ese momento, nació la leyenda.
-Fuente: www.lavanguardia.com
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