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Javier Castañeda ¿Cuál es el límite de tan elevada presión?
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'Under pressure'
Javier Castañeda | 17/09/2009-
Estoy seguro de que a muchos les bastará con leer el título de este artículo para, inconscientemente, comenzar a tararear el famoso bass line y el estribillo del jugoso tema así bautizado y compuesto a medias, según las más generosas versiones, entre Queen y Bowie allá por el siglo pasado, en 1981. ¡Menudo temazo!
Quién iba a imaginar entonces que, casi treinta años después, dicha canción podría haber sido seleccionada como una banda sonora idónea para la vida actual. Por recrear una fantasía ciberpunk y medio futurista, incluso podría ser suministrada cada mañana en nuestro MP3 por el "Centro de Información de tu Vida", que diría Macaco. Y es que, queramos o no –y sobre todo, nos guste o no- si algo define nuestros días es la enorme presión a la que vivimos sometidos. Cada vez es más continuo escuchar la queja del público –ese susurro anónimo y lastimero que brama y se acumula mientras sube su volumen, casi como el murmullo del mar en un día de oleaje bravo- ante las mil y una vicisitudes a las que diariamente ha de enfrentarse. Y aunque a veces el consuelo es mayor al saberse acompañado por muchos otros que padecen ante el mismo mal; en el caso de la presión, diría que prevalece el peso que ejerce el sentimiento de soledad, ya que tira del individuo hacia abajo.
Quizá por ello siempre he sentido cierta fascinación ante personas que, como Leonor Watling –a la que, dicho sea de paso, admiro profundamente- confiesan sin ningún ápice de dudas que "son mejores bajo presión". Es cierto y bien sabido que cierta presión es necesaria para que la maquinaria se ponga en funcionamiento. El problema es cuando esa presión, deja de ser algo temporal o coyuntural para transformarse en la tónica habitual que gobierna nuestros días, nuestros pasos y hasta nuestros gestos más básicos. Así, y quizá subrepticiamente por el exceso de habitualidad, hay personas que se pasan media vida –por no decir la vida entera- constreñidas al máximo entre los más diversos corsés, que les oprimen desde la infancia hasta el paroxismo; mientras sienten que su comprimida existencia se les va por el desagüe.
Las coordenadas son de todos conocidas: si hacemos un sondeo matutino a las puertas del metro sobre qué es lo que mayormente presiona a la gente, lo más probable es que, en primera instancia, gane por goleada la presión en el trabajo. Con razón algunos expertos opinan que "ocho de cada diez españoles no están contentos con su trabajo". Claro que, si les dejamos unos minutos de reflexión, muchos de los preguntados se irían sin dudarlo a otro tipo de presión un poco más mediata, pero que igualmente agobia tanto a corto como a largo plazo: la fiscal. Y no me refiero sólo a los impuestos, sino a los malabarismos que ha de hacer el grueso de la tropa para subsistir. Obviamente esto no es nuevo –los malabares, digo- pero sí que es cierto que en tiempos de crisis resuenan como un mantra –y no sin motivo- en el imaginario colectivo. En esta hipotética encuesta, probablemente en tercer lugar, aunque no necesariamente en orden de importancia, la gente pondría la presión familiar; ya que las relaciones personales, sean del tipo que sean, ofrecen con frecuencia todo un elenco de despropósitos que deforma la caja de las buenas intenciones con que fueron concebidas.
El catálogo es amplio. Tanto que no requiere hacer mención de la infinidad de temas que, con más frecuencia de la deseable, obligan a mantener un exceso de presión en el ser. Tanto es así que, la otra presión, la sanguínea, se ha convertido en el fiel reflejo de los desajustes que en el cuerpo provocan el resto de las presiones. Los continuos disgustos y preocupaciones que nos empujan a vivir bajo presión, están directamente relacionados con los cambios de presión y, en muchas ocasiones, con accidentes vasculares. Pero en vez de intentar aprender a tomar la vida de otra forma; a detectar las cuestiones que nos atrapan en su interior y nos consumen en poco tiempo con la misma facilidad con que una olla a presión –nunca mejor dicho- cocina un redondo de ternera, intentamos cada día acostumbrarnos a aguantar un punto más de presión; pese a que la mayoría de las veces sea gratuita, o debida a temas que no requieren ni tanta urgencia, ni tanto aspaviento. Eso sí, resulta complejo encontrar la válvula de escape que permita bajarla.
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Fuente:
http://www.lavanguardia.es/lv24h/20090917/53786063324.html
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Quién iba a imaginar entonces que, casi treinta años después, dicha canción podría haber sido seleccionada como una banda sonora idónea para la vida actual. Por recrear una fantasía ciberpunk y medio futurista, incluso podría ser suministrada cada mañana en nuestro MP3 por el "Centro de Información de tu Vida", que diría Macaco. Y es que, queramos o no –y sobre todo, nos guste o no- si algo define nuestros días es la enorme presión a la que vivimos sometidos. Cada vez es más continuo escuchar la queja del público –ese susurro anónimo y lastimero que brama y se acumula mientras sube su volumen, casi como el murmullo del mar en un día de oleaje bravo- ante las mil y una vicisitudes a las que diariamente ha de enfrentarse. Y aunque a veces el consuelo es mayor al saberse acompañado por muchos otros que padecen ante el mismo mal; en el caso de la presión, diría que prevalece el peso que ejerce el sentimiento de soledad, ya que tira del individuo hacia abajo.
Quizá por ello siempre he sentido cierta fascinación ante personas que, como Leonor Watling –a la que, dicho sea de paso, admiro profundamente- confiesan sin ningún ápice de dudas que "son mejores bajo presión". Es cierto y bien sabido que cierta presión es necesaria para que la maquinaria se ponga en funcionamiento. El problema es cuando esa presión, deja de ser algo temporal o coyuntural para transformarse en la tónica habitual que gobierna nuestros días, nuestros pasos y hasta nuestros gestos más básicos. Así, y quizá subrepticiamente por el exceso de habitualidad, hay personas que se pasan media vida –por no decir la vida entera- constreñidas al máximo entre los más diversos corsés, que les oprimen desde la infancia hasta el paroxismo; mientras sienten que su comprimida existencia se les va por el desagüe.
Las coordenadas son de todos conocidas: si hacemos un sondeo matutino a las puertas del metro sobre qué es lo que mayormente presiona a la gente, lo más probable es que, en primera instancia, gane por goleada la presión en el trabajo. Con razón algunos expertos opinan que "ocho de cada diez españoles no están contentos con su trabajo". Claro que, si les dejamos unos minutos de reflexión, muchos de los preguntados se irían sin dudarlo a otro tipo de presión un poco más mediata, pero que igualmente agobia tanto a corto como a largo plazo: la fiscal. Y no me refiero sólo a los impuestos, sino a los malabarismos que ha de hacer el grueso de la tropa para subsistir. Obviamente esto no es nuevo –los malabares, digo- pero sí que es cierto que en tiempos de crisis resuenan como un mantra –y no sin motivo- en el imaginario colectivo. En esta hipotética encuesta, probablemente en tercer lugar, aunque no necesariamente en orden de importancia, la gente pondría la presión familiar; ya que las relaciones personales, sean del tipo que sean, ofrecen con frecuencia todo un elenco de despropósitos que deforma la caja de las buenas intenciones con que fueron concebidas.
El catálogo es amplio. Tanto que no requiere hacer mención de la infinidad de temas que, con más frecuencia de la deseable, obligan a mantener un exceso de presión en el ser. Tanto es así que, la otra presión, la sanguínea, se ha convertido en el fiel reflejo de los desajustes que en el cuerpo provocan el resto de las presiones. Los continuos disgustos y preocupaciones que nos empujan a vivir bajo presión, están directamente relacionados con los cambios de presión y, en muchas ocasiones, con accidentes vasculares. Pero en vez de intentar aprender a tomar la vida de otra forma; a detectar las cuestiones que nos atrapan en su interior y nos consumen en poco tiempo con la misma facilidad con que una olla a presión –nunca mejor dicho- cocina un redondo de ternera, intentamos cada día acostumbrarnos a aguantar un punto más de presión; pese a que la mayoría de las veces sea gratuita, o debida a temas que no requieren ni tanta urgencia, ni tanto aspaviento. Eso sí, resulta complejo encontrar la válvula de escape que permita bajarla.
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Fuente:
http://www.lavanguardia.es/lv24h/20090917/53786063324.html
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